Por: María Medrano.
Después del Juego del Calamar, una de las series más comentadas de la plataforma Netflix, al menos por mi círculo cercano, es: Las cosas por limpiar. Una serie que, pese a la resolución de conflictos casi mágico para la protagonista, tiene un mensaje sumamente destacable que podría considerarse la joya de la corona de la producción.
Si usted no ha visto la serie y tiene intenciones de verla, deténgase aquí porque puede revelarse parte de la trama.
Alex es una joven que sufre violencia doméstica (en México sería violencia familiar) por parte de su pareja, con quien además tiene una hija. Un día, cansada del alcoholismo de su pareja y los arranques de violencia que este tiene, Alex sale a mitad de la noche con su hija y huye del que puede ser un destino trágico.
En esos primeros capítulos del desarrollo de la historia de Alex, hay situaciones que llaman mi atención, por ejemplo: una trabajadora social, le sugiere que acuda a un refugio de víctimas de violencia doméstica y ella expresa que no le gustaría quitarle el espacio a una mujer que de verdad haya sido víctima de violencia doméstica, porque, aunque huyó de los arranques violentos de Sean (su pareja), él nunca la ha golpeado.
Es este el punto que consideró más importante de la serie, porque en el mundo real, a las mujeres nos es difícil reconocernos como víctimas de violencia y pensamos que esta se reduce solo a golpes. Es más, en mi experiencia diría que no queremos reconocernos como tales, porque es aceptar nuestra propia vulnerabilidad y peor aún, darnos cuenta del riesgo en el que vivimos.
Alex entonces entiende, que las restricciones de su pareja para que estudie son violencia, que su encierro por más de dos años en un remolque al cuidado completo de su hija es violencia, que el control que ejerce su pareja sobre ella y sobre el dinero, es violencia, y que la próxima vez él no golpearía la pared, sino a ella.
Este es el mensaje que me parece deberían entender todas las personas que ven la serie, que muchas veces la violencia familiar, no se ve, pero está presente, Alex sufre trastorno por estrés post traumático y no es producto de los golpes, sino por todas las violencias que Sean ha ejercido en contra de ella.
Retomo en este punto lo que decía al inicio, para Alex las cosas se solucionan porque tiene la fortuna de encontrarse con muchas personas que la apoyan en el camino, una de ellas, y creo que es central para que Alex pueda salir del ciclo de abusos, es Regina, una abogada exitosa que encuentra en Alex, su empleada de limpieza, un escaparate y auxilio durante su proceso de divorcio y la llegada de su primer hijo, logrado a través de un vientre subrogado.
En la trama de la historia se muestra la burocracia del sistema que protege a las personas desprotegidas y que pareciera sumergirles en un círculo vicioso, si quieres acceder al programa, debes cumplir ciertos requisitos, llenar formularios, perder días laborales en espera de un turno para poder obtener esos formularios y convencer a otras personas de aceptar los vales que les otorga el gobierno, aunque es un martirio para beneficiarios y no beneficiarios.
También se muestra la dificultad de probar que una mujer es víctima de violencia, de una que no deja huellas porque no implica golpes, sin que existan testigos, y que, aunque le ley protege a las víctimas, también hay aspectos en ella que podría ser de beneficio para los victimarios.
Otro aspecto que me parece relevante de la historia es que Alex, es la encargada de romper los patrones de conducta que arrastra por lo vivido con su familia, en uno de los capítulos, incluso Sean, la trata de convencer de quedarse con él al decirle que funcionaban juntos porque ambos están “rotos”.
Alex es hija de una mujer diagnosticada con bipolaridad, que al igual que Alex, huyó de un marido alcohólico que la golpeaba. Es hija de un padre alcohólico y violento que encontró en la religión una forma de rehabilitarse y formó una familia perfecta, para la que siempre está, a diferencia de lo que ocurrió con Alex; Sean es hijo de una mujer adicta y negligente, por ello él tuvo que trabajar desde muy pequeño para alimentar a su hermano menor y comenzó a beber alcohol desde los 9 años.
Pero a diferencia de Sean, Alex tiene la fortaleza de salir de eso, encuentra en su trabajo como empleada de limpieza en hogares una inspiración para desarrollar su habilidad de escribir y retomar los estudios universitarios truncados por su pareja abusiva y un embarazo no planeado.
A Alex le costó salir del círculo de violencia: lavar 338 inodoros, habitar dos veces un refugio para víctimas, cambiarse casi una decena de veces de vivienda, ser auxiliada por siete tipos de programas de asistencia social, una noche en la estación de ferry y el tercer año completo de la vida de su hija.
Ojalá este tipo de series y producciones, que muestran un poco de lo que viven las víctimas fuera de la ficción, logren generar conciencia en el público, entender aspectos no vistos de la violencia y sobre todo, que extiendan la empatía por la necesidad de terminar con este tipo de violencias.
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