Por: Xochiquetzal Rangel.
Eran las 2 de la mañana cuando un ruido abrupto me despertó desconcertada, mi cerebro al escuchar el tono de alerta sísmica activó mi instinto de supervivencia y en automático desperté a mi hermana, pues sabía que en en ese momento teníamos solamente 45 segundos para salir ilesas de la casa de mis padres, gracias a la aplicación que avisaba con anticipación que tenía activada en mi celular, recuerdo que solamente le dije a mi hermana que en ese entonces tenía 14 años: “algo está pasando debemos salir de aquí, es peligroso” y me acompañó corriendo.
Mi corazón se aceleraba; estábamos a tres pasos de llegar a la puerta para estar a salvo, cuando en mi cabeza pasó la pregunta del porqué mis papás no habían salido de su cuarto si estábamos a punto de presenciar un sismo, y fue hasta que la tierra no se movió cuando caí en cuenta que no estaba en la Ciudad de México, donde vivía en ese momento, si no de visita en San Luis Potosí, donde no suele temblar.
Al momento de hacer visible la realidad mi cuerpo se relajó, comencé a reír porque que sin motivo alguno desperté a mi hermana para hacerla correr; ese día no pasó a más, mi hermana solo me reclamó por haberla asustado, pero luego dormimos bajo la tranquilidad de saber que al menos en San Luis Potosí no temblaba, a demás de que la magnitud del temblor que se había producido en las costas de Guerrero no fue alta.
No me daría cuenta, si no hasta después del 19 de septiembre de 2017, día en el que con una magnitud de 7.1 con epicentro en el estado de Puebla la tierra estremeció a mexiquenses, capitalinos, extrenjeros, morelenses y poblanos, de las secuelas que me dejaron psicológicamente los sismos de la Ciudad de México, donde viví por 4 años.
Justo el día que se se cumplían 32 años del devastador terremoto de 1985, que derrumbó con su magnitud de 8.1 grados, hoteles, casas, escuelas, hospitales y edificios, dejando a su paso cerca de 3 mil 692 muertos, acompañé a mi mamá a la ciudad por una revisión médica. De ese día recuerdo que el miedo me vino varias horas antes del siniestro, cuando en la radio del taxi en el que viajábamos se hacía un recuento de lo que había ocurrido el 19 de septiembre de 1985 en la ciudad; mi mamá de broma me dijo: “imagínate que tiembla” y un escalofrío me invadió para solo decir no creo.
Ojalá ese día mi “no creo” se hubiera hecho realidad o que la alarma sísmica que sonó a destiempo hubiera sido como cuando 2 años antes me despertó sin sentido. Pero no, tres minutos bastaron para colapsar cerca de 40 edificios, afectar cerca11 mil inmuebles (Universal. 20 de agosto de 2018. Consultado el 20 de agosto de 2018.) y acabar con la vida de al menos 370 personas incluyendo extranjeros.
El terror:
Nunca olvidaré que el reloj digital de la Central del Norte marcaba las 13: 13 horas, porque antes de sentir un mareo lo volteé a ver pues faltaban menos de 2 minutos para poder ingresar al anden para abordar el autobus con ruta San Luis Potosí.
Era la 1: 30 de la tarde, un mareo se apoderó de mí, un mareo al que le resté importancia pues no había comido hasta que se escuchó el grito de una señora, quien con voz alarmante anunció que es un temblor, acto seguido volteé a ver a mi mamá quién gritó "sí esta temblando", pero no se movía, yo no podía sentir el movimiento de la tierra. Aún así mi instinto se activó al ver la danza de las lamparas del techo, tomé del brazo a mi mamá y la jalé para salir de la central, le dije que se calmara, mientras visualizaba un escenario de 5 segundos en mi cabeza, donde al ver que las personas obstaculizaban la salida sacando sus maletas, imagine que quedaríamos atrapadas dentro; pero logramos salir en poco más de esos 5 segundos. Escuché la alerta sísmica que no sonó a tiempo, y logré guiar a mi mamá a un lugar seguro, lejos de los cables de luz y del trolebús que se encontraban fuera de la central del norte. Al escuchar que el primer edificio se cayó quise llorar, pero me volví valiente diciéndole a mi madre que no pasaba nada para evitar que tuviera un ataque de asma.
Mi miedo se fue cuando cuando logramos hablar por segundos con mi papá vía telefónica, pero regresó cuando antes de la incomunicación, nos volvimos expectadores de cómo en las redes sociales a través de transmisiones en vivo comienzaban a colapsar más edificios.
10 minutos después el pánico se olvidó, al menos en la zona norte de la ciudad estábamos bien, agradecimos no estar cerca de Puebla o Morelos, agradecimos que la tierra ahí es un poco más firme. Minutos más tarde de ver a qué hora saldría el siguiente autobus rumbo a tierras potosinas, y de que la comunicación se restableciera, Facebook me recordó avisar que estaba bien y preguntar cómo estaban mis amigos y familiares que radican en la CDMX, abordé el camión junto a mi mamá y el miedo se fue por completo.
La secuelas:
Por muchos meses pensé no tener estrés post traumático por el sismo, en primer lugar porque en la zona donde lo viví no hubo derrumbes o muertes y en segundo lugar porque no presentaba episodios como soñar con lo ocurrido. Sin embargo, tiempo después medaría cuenta que cada que regreso al punto donde por segundos imaginé quedar atrapada, el miedo se apodera de mí, la ansiedad me hace recorrer los pasillos de la Central del Norte de manera más rápida con el único fin de tranquilizarme estando a fuera de sus instalaciones o arriba de los autobuses, donde de forma exagerada ya nunca compro un boleto para el horario de la 1:30 pm, porque la vez que lo hice no dejé de pensar en que volvería a temblar.
Nunca recorrí los lugares que quedaron vacíos por los colapsos, no perdí, afortunadamente algún familiar o conocido en el temblor, pero sí perdí la seguridad de querer regresar a vivir a la CDMX, pese a que en los cuatro años en los que la habité, me tocaron varios temblores previos.
Pero la ciudad que más llegué a amar en mi corta vida, por la libertad que sentía al caminar, ya no es la misma, ya no disfruto salir, cuando voy de visitas, a un lugar concurrido o hundido por miedo a que tiemble y se cumpla lo que aquel 19 de septiembre de 2017 pensé, el quedar atrapada bajo los escombros.
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