Por: Xochiquetzal Rangel.
Una feria en México no está completa sin la pasarela en la que se ofertan cobijas y utensilios de cocina, en el que en cada dos o tres puestos se escucha el clásico grito de “se lleva uno, le pongo dos, si no le gusta, se lo cambio” aclamado por un hombre que parece chiflar entre palabras y que agrupa a los transeúntes y visitantes en un espacio reducido frente al puesto de venta, para ofrecerles productos de calidad a precios reducidos.
En el arte de gritar, donde el arma para convencer al espectador de comprar los paquetes de cobijas o de vajillas es la voz y las ofertas, los subasteros, mejor conocidos como “gritones”, quienes de forma itinerante viajan de feria en feria para trabajar, preparan el espectáculo diario y agotador bajo condiciones difíciles en el que se come, duerme y baña donde se puede.
A Cupertino Cortez Utrera, no le molesta que le digan “gritón”, y en 25 años de vivir de feria en feria para vender cobijas y cobertores todo se le resbala, sin embargo, él se denomina orgullosamente “subastero”. Tiene 40 años, pero desde los 15 por tradición y herencia comenzó a subastar en su natal Apizaco Tlaxcala, municipio que señaló como la cuna de los “subasteros”.
“Nuestra labor es beneficiar a la gente dando los mejores precios de toda la república como lo es la mercancía textil. Nuestro trabajo es bonito porque conocemos muchos lugares, pero a la vez es cansado porque nos desvelamos todos los días para poner todo en orden, para que la gente vea una mejor visión de todo lo que nosotros venimos a venderles, entonces sí es un poco cansado y un poco estresante de repente y estamos a parte lejos de nuestras casas”.
La vida en las ferias es complicada, según declaró en entrevista para La Alcantarilla, debido a que vive cerca de 15 días en los puestos y otros 15 días con su familia en Tlaxcala, aunque los días que duran las ferias se puede ampliar como la última en la que estuvo de San Luis Potosí en la que permaneció cerca de un mes lejos de su familia y bajo condiciones complicadas como la falta de un horario para dormir.
Pese a que para Cupertino subastar cobijas en la feria es como un hobby que amerita valentía para convencer a la gente, que no es trabajo fácil, y que sus hijos siguen sus pasos imitándolo en sus cuartos donde doblan sus cobijas mientras las anuncian; él no les enseñaría su trabajo que calificó como arte porque “no me gusta estar lejos de ellos y no quiero que ellos estén lejos de sus hijos algún día, entonces estoy trabajando fuerte para que ellos no tengan que estar aquí”.
“Estar lejos de la familia es lo más difícil de todo esto. Ellos quisieran que estuviéramos siempre ahí, pero pues para tener algo en la vida hay que trabajar y pues ser lo que sabemos hacer y por eso tamos aquí”.
- ¿Es difícil convencer a las personas?
-“ Eh… no tanto, has de cuenta que tenemos escuela, la vieja escuela para saber manejar las mentes, prácticamente… no somos clarividentes ni mucho menos, pero la actuación con la gente es lo que nos hace convencerlos”.
El trabajo detrás de la subasta.
Antes de que comience una feria, los subasteros llegan con días de anticipación al lugar donde se instalarían, descargan, montan y acomodan los productos que se ofertarán durante el tiempo que dure la exhibición, sin un horario determinado.
Una vez que se llega el día de la apertura, comienzan a trabajar por turnos a partir de las 7 de la tarde, es decir, desde esa hora comienzan a gritar las ofertas y productos que tienen; acción que se van turnando entre compañeros, ya que mientras uno grita en la tarima, debajo de esta están algunos compañeros que entregan la mercancía y cobran.
Por lo que aseguró no es cansado subastar, porque puntualizó que no se grita todo el día y hay espacios de descanso, como cuando se le da la oportunidad al puesto de a lado para ofertar sus productos y no atropellarse entre ellos y la rotación para el uso del micrófono que hay entre sus compañeros.
Aunque el día destinado para los remates, que usualmente son el día o los dos días posteriores a la conclusión de la feria, comienzan a subastar desde más temprano, debido a que la gente que les comprará llegan desde antes a las ofertas de despedida.
Cupertino explicó que mientras se trabaja en las ferias no hay un horario fijo para dormir, comer, bañarse o descansar, ya que deben estar atentos todo el tiempo porque puede que llegue un camión con mercancía en la madrugada y se debe descargar, y acomodar el producto para que quede presentable para los visitantes.
Pese a que Cupertino no quiso adentrarse en el tema económico que conlleva vivir de este modo y cuánto se gana por el sacrifico de estar lejos de su familia, por la variación de ventas entre feria y feria, porque en ocaciones les va bien y en otras tantas no, con una sonrisa refirió que al final “todo tiene su satisfacción cuando llegas a la casa con tu familia, vale la pena”.
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