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Vivir con la ausencia de un familiar es una herida que no cierra: madres buscadoras en SLP



- En el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones, el colectivo Voz y Dignidad por los nuestros denunció la indiferencia y recordó a quienes nunca regresaron a casa.

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Por: Jazmín Ramírez García


No hay dolor más grande que el de una madre que espera sin respuesta. Ese fue el mensaje que las integrantes del colectivo Voz y Dignidad por los Nuestros llevaron este 30 de agosto al Palacio de Gobierno.


Con fotografías y lágrimas contenidas, recordaron a sus hijos, esposos y hermanos ausentes en el Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada.



Edith Pérez presidenta del colectivo, con firmeza dijo que esta fecha debería ser un homenaje oficial, como ocurre con otros días conmemorativos, pero en cambio, lo que reciben las familias es silencio.


“El Estado nos debe una deuda que no podrá saldar jamás, porque las desapariciones siguen ocurriendo”, expresó.

Las madres buscadoras señalaron que mientras las autoridades insisten en hablar de casos aislados, la realidad en San Luis Potosí muestra tambos con cuerpos calcinados, osamentas expuestas y sitios convertidos en auténticas zonas de exterminio.


“Aunque quieran ocultarlo, los restos están ahí, los hemos visto, los hemos tocado; son nuestros hijos”, denunció Pérez.

Lo más estremecedor no son solo las cifras, sino las cicatrices que quedan en cada familia, ya que las familias quedan destrozadas, ya nada vuelve a ser igual y sobre todo se vive con el temor que vuelva a pasar algo similar.


A ese dolor se suma el estigma social. Muchas familias son juzgadas con frases crueles como “andaban en malos pasos”.


El Gobierno Estatal reconoce cerca de mil desaparecidos, pero el colectivo asegura que la cifra es mayor. Sus propios registros incluyen potosinas y potosinos desaparecidos dentro y fuera del estado, además de casos nunca denunciados.


La mayor injusticia que enfrentan las madres buscadoras es vivir con una ausencia sin respuesta. No hay entierro, no hay despedida, solo un silencio que se prolonga día tras día. Mientras otras familias pueden hacer duelo, ellas cargan con la incertidumbre de no saber dónde están sus hijos, obligadas a recorrer caminos, ranchos y fosas clandestinas con la esperanza de encontrar aunque sea un fragmento de verdad.


Más cruel aún es la desaparición que no solo se lleva a la persona, también arrebata la vida de quienes esperan.


Madres envejecidas en la búsqueda, niños que crecen sin padres y familias marcadas por la estigmatización social: “algo habrán hecho”, escuchan como sentencia.


La injusticia es doble: primero la violencia que les arrebató a los suyos y después el abandono de las instituciones que, en lugar de acompañarlas, las condenan a seguir solas en una lucha desigual contra el olvido.

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