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Mi única opción es alzar la voz.



Por: Leticia Vaca.


Hoy entiendo a las víctimas que no denuncian, que no confían en las instituciones, que se quedan calladas porque al final de cuentas no creen encontrar una solución, ayuda o justicia. Entiendo la impotencia al esperar que se haga justicia, al esperar que al denunciar encontrarán una solución.


Soy reportera y hace unos meses, sin mi autorización, sin que hubiera una confianza de por medio o una relación de amistad, el director de Comunicación Social de Gobierno del Estado, durante una rueda de prensa se acercó a mí, me abrazó, me tomó de la mano y se tomó el atrevimiento de pedirme que me quedara en su oficina. Como me negué, comenzó a llamarme por teléfono y a pesar de que era evidente que no me interesaba hablar con él, puesto que nunca atendía a sus llamadas, me dejó mensajes de voz para invitarme a tomar un café.


¿Qué le hizo pensar que podría interesarme tomarme un café con él o si quiera platicar?. Para mí no hay otro calificativo más que, llamarlo acoso; un acoso ocasionado por hacer mi trabajo, por querer hacer las cosas bien.


Antes de eso, ya se me había pedido que no abordará al gobernador, que “de a cuates le echara la mano” y si quería preguntar lo hiciera pero sin grabar. Como no hice caso y en su afán de intentar a toda costa que no evidenciara el desconocimiento del señor gobernador respecto al tema que le pregunté, convocaron de manera extraordinaria a la rueda de prensa donde ocurrió lo que ya relate.


Dejé pasar varios días, entre mi temor, mi indecisión y ante la posibilidad de que pudiera ocurrir algo parecido o más grave, y sobre todo porque no podía minimizar lo que me había ocurrido, decidí poner una queja en la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH) en San Luis potosí, y pese a mi desconfianza en las instituciones, lo dejé en sus manos, debo reconocer que había una pequeña esperanza en lograr algo.


Después de un par de semanas, se me notificó que la persona señalada había rendido su informe requiero por la CEDH y, como era de esperarse, negó todo. Mi indignación llegó a su límite, cuando después de leer el informe y preguntar qué alternativa me quedaba, la respuesta fue decirme dos cosas; la primera, que podía cerrar el caso, y la segunda, cerrarlo pero podría agregar que no estoy conforme.


Por su puesto que no estoy conforme, y ahí comprendí por qué las víctimas abandonan su lucha, porque desisten en su búsqueda de justicia, porque se cansan de que no haya una verdadera atención. Por fortuna, mi caso no pasó a mayores, por fortuna puedo continuar pero tampoco se puede minimizar. Entiendo por qué muchas víctimas no denuncian, por qué no quieren contar una y otra vez lo que les pasó, para que al final no se haga nada.


Yo tuve miedo, porque no sabes cómo va a reaccionar la persona a la que te has atrevido a señalar; no sabes qué influencias vaya a mover o a quienes vaya a recurrir para salirse con la suya. Tuve miedo a pesar de que mi situación fue solo el comienzo, pero fue el comienzo de algo que no permití, porque me atreví a señalarlo, enfrente mi miedo y aunque sigo sin confiar en las instituciones, al menos sé que logré evidenciarlo, porque el callar, no era, ni será mi opción.


Las víctimas, no pedimos serlo, no queremos ser revictimizadas, y mucho menos vivir un proceso desgastante, pero lo que sí queremos es justicia, que se castigue y que ningún caso quede en el olvido o en un expediente lleno de polvo, no queremos ser una cifra más en las estadísticas, por eso, nuestra única opción es alzar la voz.

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