Por: Jazmín Ramírez García
En los últimos años, el tema de la salud mental ha ganado relevancia en la conversación pública, pero aún queda mucho por hacer.
En mi experiencia y al observar a quienes me rodean, veo cómo este tema se aborda a veces de manera superficial o, peor aún, se ignora por completo. La salud mental es tan vital como la física, y sin embargo, la sociedad sigue avanzando a un ritmo frenético, dejando poco espacio para detenernos y reflexionar sobre cómo nos sentimos realmente.
Recuerdo cómo en muchas ocasiones he escuchado frases como “tú puedes con todo" o "solo es cuestión de actitud". Si bien estas palabras pueden parecer bien intencionadas, a menudo invisibilizan lo que realmente le está ocurriendo a una persona que lucha con su salud mental.
Yo misma, en algún momento, he caído en esa trampa de minimizar mis emociones, creyendo que debía ser fuerte, que todo pasaría con el tiempo. Pero no siempre es así.
He conocido personas que han enfrentado batallas silenciosas, desde la ansiedad que paraliza hasta la depresión que parece consumir cada fragmento de energía.
Lo que más me impacta es que, en la mayoría de los casos, estas luchas se llevan en secreto, ya que aún existe un estigma profundamente arraigado que asocia la salud mental con la debilidad o el fracaso. Me duele ver cómo muchas personas evitan pedir ayuda, temiendo ser juzgadas o no comprendidas.
Lo cierto es que no podemos seguir relegando este tema a un segundo plano. Es urgente que cambiemos nuestra percepción colectiva sobre la salud mental y que comencemos a tratarla con la misma seriedad que cualquier otra condición física.
Todas deberíamos sentirnos con la libertad de decir “no me siento bien hoy" sin miedo a ser incomprendidos o tachados de dramáticos. La salud mental es un derecho, no un lujo.
Pienso, en las generaciones más jóvenes, que enfrentan presiones que yo ni siquiera imaginaba cuando era adolescente. Las redes sociales, la competencia constante, el ideal de perfección... Todo esto contribuye a que las juventudes se sientan abrumadas.
Creo que, como sociedad, tenemos la responsabilidad de brindarles las herramientas necesarias para enfrentar estas presiones, empezando por educarles sobre la importancia de cuidar su mente, al igual que cuidan su cuerpo.
Me emociona ver que poco a poco se están abriendo más espacios de diálogo sobre este tema, que cada vez más personas se atreven a compartir sus experiencias y que, en algunos sectores, la terapia psicológica y la atención psiquiátrica ya no son vistas como un tabú. Sin embargo, este es solo el comienzo.
Para que el cambio sea real y duradero, necesitamos que la salud mental esté presente en nuestras políticas públicas, en nuestras escuelas, en nuestros trabajos y, sobre todo, en nuestras conversaciones cotidianas.
La salud mental importa. No deberíamos esperar a que alguien cercano se derrumbe para empezar a tomarla en serio. Como seres humanos, todos enfrentamos altibajos, y en esos momentos, lo más importante es sentir que no estamos solos, que podemos hablar y pedir ayuda sin miedo.
Mi esperanza es que, algún día, alcancemos ese punto como sociedad, donde cuidar nuestra mente sea tan natural como cuidar nuestro cuerpo.
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