Por: Wendy Jiménez Bolaños
En esta ocasión no voy a escribir sobre deporte, pero sí de mujeres que se desempeñan en distintas áreas del periodismo y de cómo son atravesadas por diferentes tipos de violencia; cómo las redacciones pueden pasar de ser un lugar seguro, a ser un espacio repleto de violentadores en potencia.
Antes de entrar de lleno me gustaría recordar que México es uno de los países más peligrosos para el ejercicio periodístico; las mujeres periodistas son víctimas de un doble peligro ya que su vida se ve amenazada por su profesión y por el sistema de organización estructural.
Hace un par de meses un medio de información en el que trabajé por cinco años, inició una transición en su organigrama, a todas luces de manera violenta, machista y misógina; que provocó renuncias de perfiles de mujeres realmente excepcionales. Editoras web y periodistas con una visión crítica, enfocada en la perspectiva de género, con una ética y profesionalismo como pocas y con un compromiso indiscutible.
La fundadora y motor del proyecto digital de este medio de información fue obligada a renunciar por la manera violenta en la que la removieron del cargo, a pesar de los 12 años que tenía al mando del proyecto, en el que trabajó de manera incansable. Otra de las directivas del área también fue removida del cargo. Dos puestos de liderazgo que inmediatamente fueron ocupados por hombres, al igual que las vacantes que dejaron las compañeras editoras web y reporteras.
Ese espacio me salvó varias veces: del desempleo, de los proyectos profesionales fallidos, del acoso laboral y de violencia en las relaciones de pareja. Encontré ahí a mujeres super valiosas que me resguardaron del peligro, me llenaron de herramientas para crecer personal y profesionalmente y me impulsaron sin reserva alguna a buscar nuevos horizontes.
Sentí que esa oficina era como mi casa materna, esa que huele a café por las mañanas y a pan con mantequilla por las tardes, esa a la que puedes regresar las veces que sean necesarias a descansar, a tomar un baño con agüita caliente en días fríos y volver a salir en busca del siguiente reto. Misma que ya no podrá ser bálsamo para mi corazón, porque ahora la habita la violencia, el machismo, la misoginia y por supuesto el compadrazgo.
Entré en una especie de duelo por mis colegas y amigas que tuvieron que abandonar sus empleos, que bien que mal, era un soporte personal, profesional y financiero. Por saber que el trabajo de las mujeres se reduce a nada de la noche a la mañana y que ahora los espacios que ellas dejaron, son ocupados por personas que no han sido nada amables con las mujeres.
Este caso pone en evidencia la urgente necesidad de que los medios de información asuman verdaderamente el compromiso de garantizar a las mujeres espacios libres de violencia, que coadyuven a cerrar las brechas de desigualdad entre mujeres y hombres, que promuevan el liderazgo de las mujeres y que le apuesten a la paridad en puestos directivos y de toma decisiones.
Mi lugar seguro físico ya no existe, pero sigo resguardada en esas extraordinarias mujeres que conocí en esa oficina y que me salvaron muchas veces.
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