-Podrían ser nuestros hijos, nuestros hermanos, nuestros primos, porque el sicariato está lleno de eso...
Por: María Medrano
“Detrás de cada ‘Chapo’ Guzmán que logra encumbrarse hay miles de muchachos que nunca van a ser ‘El Chapo’ Guzmán”, de esta forma simplifica Everardo González su documental “Una jauría llamada Ernesto”, en la que, a través de testimoniales trata de brindar al espectador un poco del panorama que viven las y los jóvenes que por voluntad propia o no, ingresan en las filas del crimen organizado.
El peso de una decisión que podría significar incluso el reclutamiento forzado y una relación de éstos con el tiempo y la muerte a muy corto plazo.
En la realización de este filme, el cineasta dice haber encontrado a una generación que no se siente tomada en cuenta a la que el Estado no ha logrado empoderar.
La película se incrusta en la crisis de desapariciones que se vive en México, que en algunos casos ha sido ligada al reclutamiento forzado por parte del crimen organizado. Las historias son de niñas, niños y adolescentes, las hijas, hijos, hermanas y hermanos de alguien.
¿Qué encontró durante la realización del documental?
Everardo: Muchas cosas…Encontré una generación que no se siente tomada en cuenta, encontré una generación que se considera víctima de un sistema, que la oprime mucho y encontré una generación que tiene una relación con el tiempo a muy corto plazo.
Esas cosas son las que encontré, entonces, ahí si es donde yo creo que el Estado le está fallando a una generación de jóvenes, que no los ha empoderado, no les está ofreciendo futuro y permanentemente los ha oprimido, no los ha tomado en cuenta, pues.
¿Dónde se desarrolla la historia?
La gran mayoría del testimonio sí es de la Ciudad de México, pero, desde los muchachos; de los traficantes, hay gente de Chihuahua, del Estado de México y de la Ciudad de México.
El proyecto se filmó en la zona que se conoce como La Fortaleza en Tepito, en San Luis Potosí aquí en la capital, en Cárdenas y en Monterrey en Nuevo León.
La película tuvo tres etapas: una primera etapa que fue la testimonial, o sea, las voces que tú escuchas no corresponden a las personas que aparecen; otra segunda etapa en donde son dos muchachos que son de La Fortaleza en Tepito, que son quienes grabaron la cotidianeidad en el barrio y otra siguiente etapa en donde ya mi equipo viajó a San Luis, a Cárdenas y a Monterrey a trabajar la otra parte.
Llama la atención cómo resolvieron el no exponer las identidades, ¿de dónde surge la idea?
Surge porque es un impedimento, o sea, legalmente, y éticamente es incorrecto mostrar el rostro de menores infractores.
-Pero no es el típico uso de la figura negra- No, lo que pasa es que ya un impedimento tiene que ser una resolución formal para la película y entonces comienza a articularse un discurso que pretende hacer de la proyección un evento más performático en donde el espectador acompaña la escena.
Entonces se empieza a relacionar después con este filtro que ocurre con la fascinación del juego, en relación con las arma y luego existe otro filtro que ocurre por ejemplo en las coberturas de guerra, cuando nosotros vemos a la infantería cargando las cámaras en los cascos y acompañamos el ejercicio bélico como si fuéramos espectadores.
Empieza tomar un discurso distinto, lo que era una resolución básicamente para guardar identidades. Al final termina siendo un lugar en donde se acompaña permanentemente la zona más vulnerable de todos los personajes que hablan aquí, que es la nuca.
¿Qué le queda después de la realización?
Fue un proyecto complicado porque esa decisión es muy extrema, contar una película en ese plano (desde la nuca) en su totalidad es muy difícil construirla; por la parte formal me deja mucho, me abre preguntas en términos ya de mi oficio, sobre ¿en dónde se radica la empatía?, ¿es a través de la mirada?, ¿es a través del relato?, ¿es a partir del rostro?, todas esas dudas me deja. Pero lo que me mantiene es que por lo menos fue una película justa con los muchachos que dieron testimonio.
¿Cómo se entrelazan estas historias con el reclutamiento forzado?
Lo que pasa es que la película relata de alguna manera los años previos al reclutamiento, hacia el final los testimonios tienen que ver con el reclutamiento (forzado), pero al principio es una película en donde muchachos que podrían considerarse comunes, un día se ven en la disyuntiva de hacer lo que la pandilla les exige o no, en un escenario en donde las armas están y entonces una vez que se toma la decisión de sí, se vuelven potencialmente reclutables para los organismos criminales.
Yo decidí eso para que no se alejara necesariamente del común de la gente que la va a ver, porque permanentemente estamos viendo que es un problema que pareciera lejano, en donde esos muchachos no se parecen a ninguno de nosotros: los hombres y las mujeres de bien, vamos a llamarlo así, pero cuándo son así pues podrían ser nuestros hijos, nuestros hermanos, nuestros primos, porque el sicariato está lleno de eso, esos ejércitos están llenos de muchachos que podrían ser los hijos de alguien. Siempre son los hijos de alguien.
¿Hay algo que quedó fuera del documental, que le hubiera gustado retratar?
Muchas cosas, por ejemplo, me hubiera gustado grabar mucho más el recorrido de las armas, me hubiera gustado mantenerme más tiempo en Monterrey.
Siempre quedan un montón de cosas, pero las películas son lo que son y con lo que se hizo hay que construir, entonces no. Estoy contento con lo que es la película.
¿Emocionalmente, qué le deja?
Tiene una parte que me ayudó a mí, de que todavía conversé con muchachos que tienen posibilidades de redención y eso da mucha más calma que cuando se habla con una generación que definitivamente no tiene mucha salvación…eso sólo la vida dirá.
Me gusta hablar con jóvenes que tienen, frente a ese escenario violento, una opinión sobre eso mismo, y que son claros de que eso está equivocado (el sicariato).
¿Cuál es el mensaje que el gustaría que su película generara en el público que la ve?
Uno siempre dice que no tiene mensaje, pero también se dice que la última escena es el mensaje del director y hay uno que me gusta mucho: que el destino de un joven armado difícilmente va a cambiar, se va a morir. Ese es el mensaje que me gustaría dejar -Como una especie de…advertencia- de disuasión de entender que detrás de cada “Chapo” Guzmán que logra encumbrarse hay miles de muchachos que nunca van a ser “El Chapo” Guzmán.
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