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Foto del escritorLa Rata

Pequeñas historias



Por: Lorena Rojas.


He nacido en la tierra de los pájaros, un pequeño país

- Sylvia Puentes.


Nacer y crecer en el lugar que te toca marca tu vida. Mucho se ha dedicado la literatura –y en la vida- a reforzar la idea de que esto casi siempre es para mal; ya lo dicen “nadie es profeta en su tierra”, y con ello para muchos el terruño se vuelve de pronto un lugar del que hay que alejarse a toda costa.


Así, absorbidos por la nebulosa visión de la cercanía, quizá es común no apreciar todo lo que nuestro propio lugar esconde, aquí, tan cerca de nosotros.


Hace unos días fui testigo de la visita de chicos y chicas de secundaria al museo de mi pueblo, Cerritos, San Luis Potosí. Aquí, el museo es todavía un tanto desconocido debido a que, desde su apertura en 1998, ha tenido tres distintas sedes, no siempre disponibles o adecuadas para su visita. Ubicado al inicio en el Parque Municipal La Mezquitada –a poco menos de 2 km del centro del pueblo-, hoy en día, el Museo Regional Cerritense se encuentra alojado en la Casa de la Cultura del Municipio, y la disposición del acervo, así como su curaduría estuvo a cargo del Director de Cultura Francisco Reyes Martínez.


Cuando yo era niña nunca me llevaron al museo, sabía de su existencia como algo lejano y que no estaba dentro de las actividades de recreación cotidianas. Creo que de niños solemos ver el mundo con curiosidad y ya en la juventud ésta se disipa si no es exactamente lo que buscamos… Para muchos la idea de museo, en parte se forma gracias a la influencia de la televisión, las películas o las series, y ésta suele ser, por decirlo de algún modo, mucho más impresionante, centrada en grandes obras pictóricas o hallazgos arqueológicos notables.


Una de las chicas pregunta si en este museo no hay dinosaurios y sus compañeros estallan en risas, le decimos que no es una mala pregunta porque hay museos que sí tienen restos óseos de animales prehistóricos; sin embargo, aquí podrá observar algunos fósiles vegetales. Sin que esto produzca mucha emoción entre los asistentes, continúan el recorrido.


Observan las piezas de cerámica y los ídolos de barro, y algunos reaccionan con extrañeza al escuchar que por el territorio que ellos habitan hoy día, debido a la ubicación privilegiada que hace de este lugar una vía de tránsito, pasaron varias tribus nómadas y distintas etnias, pames y guachichiles, principalmente. Se emocionan un poco más con objetos de principios de siglo XX: lámparas de queroseno, planchas de carbón, cuarterones –aquella unidad de medida en desuso- y especialmente una enorme máquina registradora de la National Cash Register Company con fecha aproximada de 1920, símbolo de la importancia del comercio en la economía del pueblo.


Pasamos al salón contiguo −un espacio pequeño pero con la belleza de las casas antiguas de pueblo− que alberga objetos, herramientas y algunas armas de la época revolucionaria. Algunos de los jóvenes asistentes se sorprenden al saber que ese acontecimiento importante también tuvo presencia aquí y no solo en hipotéticos pueblos lejanos de México, lugares dignos de albergar héroes y heroínas nacionales.


Ven con curiosidad un sable perteneciente al General Adalberto de Ávila, cerritense que se uniera a las fuerzas cedillistas durante la Revolución Mexicana y muriera en combate el 24 de febrero de 1915; me pregunto si, como a mí, les extraña que no se nos hable de estas cosas en la escuela, sin embargo, entiendo que quizá aún no les parece tan importante.


Hemos (mal)aprendido de generación en generación que sólo las grandes historias tienen gran importancia; buscamos fuera (de nosotros, de nuestros contextos) una noción de maravilla, de valor histórico, de grandeza, y es de entenderse considerando que pocos espacios en nuestro entorno se dedican a difundir lo contrario; sin embargo, los museos regionales son una pequeña muestra de esas grandes historias en los lugares que menos nos imaginamos, cada pieza y cada objeto, aun cuando nos parezca simple, representa una época, una vida y una historia de la cual formamos parte.


Visitan el museo también niños y niñas de primaria, y en común con los chicos un poco mayores tienen algo: la impresión de que haya objetos que nunca habían visto en su vida y que para otros fueron cotidianos: máquinas de escribir, radios antiguas, un mimeógrafo –instrumento para hacer copias de papel, prototipo de máquina de impresión-.


“¿Cómo se utilizaba esto?” “¿Entonces aquí se escuchaba música?” “¿No podían borrar si se equivocaban escribiendo en eso?”, son algunas de sus preguntas. Después, una niña de ojos cálidos apunta hacia otra perspectiva diciendo ¿entonces podemos donar cosas? Algunos a su alrededor se ríen, pero ella continúa y me explica que en su casa hay monedas viejas, y también cosas que después pueden ser importantes.


Tiene razón, quizá ahí está todo: en nuestros espacios, en las cosas que usamos con naturalidad y que, tarde o temprano, contarán historias que nosotros de tanto sabernos un día olvidamos compartir.


Los museos regionales se conforman de la memoria de toda la gente que construye un pueblo. De sus objetos, sus vivencias y claro, sus grandes hallazgos también; pero sobre todo, se nutre de sus visitas, pues justamente es la interacción la que arroja esas grandes respuestas: las historias están en todas partes. Y sí, también las nuestras, por pequeñas que nos parezcan, nuestras historias chiquitas conforman la gran historia que tanto deseamos encontrar.






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