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Foto del escritorLa Rata

México: Tierra de muertas.


Fotografía tomada por: María Medrano

Por: Darinka Issamar Cruz Santana.


Los sucesos ocurridos el pasado viernes 16 de agosto podrían pasar a la historia cómo el comienzo de la revolución de las mujeres; tal cómo sucedió en los años veinte en Yucatán con la lucha por el derecho a votar y ser votadas encabezada por Elvia Carrillo, que no culminó sino hasta 1953.


Y a más de una semana seguimos leyendo y escuchando en todos lados comentarios que desaprueban la “violencia” suscitada en la marcha #NoMeCuidanMeViolan. Medios de comunicación dieron cobertura bajo encabezados escandalosos y nuevamente los hechos que llevaron a éstas movilizaciones quedan en el olvido para que la impunidad siga su orden cotidiano en la ciudad.


La jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, declaró que se tomarán acciones para cumplir puntos clave del pliego petitorio que le fue entregado tras dicha protesta, sin embargo, muchos colectivos feministas se mantienen escépticos ante un Estado que ha demostrado su indiferencia y corrupción desde hace décadas; ya sea en Veracruz, Ciudad Juárez, Atenco y un tristemente largo etcétera. Y mientras se toman medidas para erradicar la violencia sistemática contra las mujeres de éste país las calles y las estaciones de metro se encuentran limpias y ordenadas.


Simultáneamente, yo escribo esto en el metro, rodeada por hombres en el vagón exclusivo que se cambian de posición para mirar lascivamente a chicas que no deben ser mayores de 18 años y vuelven de la escuela, cansadas de la violencia cotidiana que todas hemos vivido más de una vez y prefieren moverse hacia otra parte del vagón. A su vez, en algún lugar alguna Maricarmen está siendo golpeada por llevar una falda demasiado corta, quizás alguna Rosita de no más de 10 años está aterrada, escondiéndose de su padrino mientras todos nos centramos en la importancia de tener una ciudad “bonita”.


Que resuenen los cristales testigos de la injusticia, que se manchen todas las paredes cómo lo han hecho de sangre cientos de manos que nos arrebatan a las madres, las hijas, las abuelas, las indígenas, las esposas, las gordas, las negras, las flacas, las artesanas, las duplas, las profesoras, las estudiantes, las luces de la vida de alguien apagadas sin razón alguna.


Claro que hay que proteger el patrimonio; no obstante el tejido social se cae a pedazos y los problemas en éste país van mucho más allá de la apariencia de sus paredes. Cómo si se pudiera barrer bajo el pavimento a los huérfanos de Alma Delia, a la mamá de Lesvy o el horror que vivió Citlalli, horror y dolor que también es nuestro, que yace al acecho de las mujeres y niñas en nuestrasvidas. Nuestras vidas importan y son el patrimonio y herencia cultural de nuestra época. No hay patria que cuidar si la muerte y la violencia han secuestrado a un país que quiere seguir dormido para no sentir. Los monumentos hablan del momento histórico y el entorno sociocultural que se está viviendo, son la memoria de aquellos que se atrevieron a alzar la voz por un bien común.


Que no haya paz para un gobierno que no asegura la justicia, que salga de su confort la población indiferente que niega la realidad del mismo México de Paulette. El país donde hay un promedio de nueve feminicidios y cincuenta violaciones por día, delitos que han aumentado 150 % y 36% respectivamente en los últimos cuatro años.


La dignidad humana no se puede valuar, aquellas que están consientes del clima habitual de menosprecio y cosificación de nuestras mujeres y niñas no van a dar ni un paso atrás hasta que cada niña vuelva a casa sin empuñar las puntas de sus llaves ni caminar velozmente por temor a no volver.

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