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Foto del escritorLa Rata

La agonía de no tener cáncer.



Por: M. Alejandra Ruiz.


“Tiene cáncer”. Dos palabras que no sólo cambian la vida de una persona; en sí, cambian la vida de muchas, puede que de una docena o más. Pero ¿a quiénes realmente afectan estas palabras…?, en este caso fue a seis… a cinco… a cuatro… a tres… dos… y sin darme cuenta, fue a mí.


Nos encontrábamos en el mes de mayo, mayo de 2012… cuando un pedazo de carne empezó a crecer en el seno derecho de mi madre. Para junio, ese cruel pedazo sin razón de existir, aumentó su tamaño al triple, y con el, la incertidumbre de no saber qué cosa era… para finales del mes, mi mamá tenía una operación para el día 28. Y para el día uno de julio ella había pasado por una mastectomía.


Recuerdo que yo lo veía como algo nuevo, entrar al hospital y ver cada aparato… y reír de “emoción”; y al ver a mi mamá en un cama, juro que no sentí pena alguna, no sentí miedo, no sentí empatía, porque no sabía qué diablos había pasado… fue después de que salió del hospital, cuando llegó a casa, cuando vi que todo los días llegaba una tía para ayudar con los labores del hogar… para ver a mi mamá, porque ella no quería que nadie se acercara… porque ella se encerró en su cuarto, porque ella simplemente se alejó de su familia, y sólo mi tía podía estar con ella; fue ahí… en ese momento… cuando sentí que mi vida, nuestras vidas, la de esta familia cambiaría… Pero fue un grito, un espeluznante grito, lo que confirmó lo peor. Crean que oír gritar así a tu madre… te cambia. Y a mí me llenó de miedo.


Ese grito abrió una puerta, un umbral de tristeza, de enojo, de cansancio. Me parece que abrió una grieta. Después de ahí vi a mi madre llorar, la vi perder las ganas de vivir, y vi como el primero de nosotros huyó a la primera oportunidad, porque era cansado ver a alguien enfermo… quedamos cinco. Después empezaron las radioterapias… y ahí, como uno de nosotros era muy pequeño para entender, quedamos cuatro. Y con un nuevo cáncer en puerta… que nadie veía venir quedamos tres… y así nosotros tres, que en realidad eran dos porque uno era el cáncer… nos quedamos soportado como pilares, porque no te puedes permitir estar triste, porque si tú familiar enfermo te ve triste… se siente culpable.


En mis años de universidad, los años que se supone debes disfrutar al máximo tu juventud, la pasé llorando, la pasé corriendo, del hospital a la escuela, a mi casa. Me dividí en tratar de ser buena estudiante, hija, amiga, novia, persona… pero no podía llorar porque sino no sería un buen pilar… y con cada mes, año que pasaba y el cáncer no se iba, yo me iba sintiendo más inútil, porque al final, nada de lo que hacía o hacían los doctores daba resultado.


Mi madre, por otro lado, aceptó su enfermedad, aceptó la ayuda psicológica, aceptó terapias. Aceptó… no, lo sobrellevó, porque sabía que si lloraba no ganaría la batalla. Porque a pesar de haber llegado al 2015 con una metástasis, ella más que todos los que decíamos la sostendríamos, supo que debía vivir con gracia cada uno de sus días. Aprendió a que cada uno de estos días eran un regalo. Aprendió, y aprendió a ser más fuerte, más grande, más llena de vida, porque cuando está agoniza, aprendes a amarla… y entonces por mi parte, mi persona quería agonizar sin tener cáncer.


Yo quería agonizar como ella, para vivir cada día, pero siempre era con miedo a perderla a ella. Quería agonizar, para ser más fuerte, pero los últimos años me quitaron las ganas de ver por mí. Quería agonizar para sufrir un cambio, pero ya era tan débil que el único cambio que hice fue la posición que adoptaba para llorar… quería agonizar sin tener cáncer, porque en el proceso, vi como una mujer que lloraba todos los días, se levantaba y seguía cantando al lavar los trastes a pesar de que sus cuerdas vocales fueron afectadas por una tercera operación.


Al final… quién perdió la batalla, no fue ella, fui yo… me quedé con miedo, porque fallé en todo ámbito que me propuse, porque me cansé al final, y yo también di la espalda, agonicé. Y sé que una parte de mí murió. Siempre esperé un gracias, por las desveladas, un gracias por cada compañía, un gracias por estar ahí durante seis años… pero no era necesario, porque el gracias lo tengo todos los días, al ver a mi madre aquí a mi lado. Y sin embrago, me da pena decir que no lo he sabido aceptar, que aún sigo esperando… a que acabe mi agonía de esta enfermedad. Espero un gracias, para poder terminar, yo también, y sufrir ese cambio. Pero creo que no llegará porque hoy, ella tiene cáncer, y yo sigo queriendo agonizar.


Hoy después de siete años en dónde ella lucha y yo pierdo… me siento egoísta al escribir esto, pero también siento alivio al decir lo que siento. Y siento orgullo al tenerla a ella, una sobreviviente, alguien que sigue sobreviviendo a una agonía.

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